fingí ser otro y me acerqué
medí en la memoria su ingenuidad y mi
torpeza, preví imposibles y posibles huellas. calculé su memoria y la mía
juntas. quise adivinar si se trataba de un yo de 1995 o de un yo niño en 2010.
tuve que decidir si eso era relevante o no. y dije, así nomás
-cuando
tenía tu edad, pensaba en ser escritor, pero creía que los escritores eran
gente famosa o algo así
sin mirarme, pintando al hombrecito de su
cuaderno, me respondió
-a
mí me gusta cuando tenemos que hacer narraciones en la escuela
recordé rápidamente el cuanto del pájaro de
mil colores; también el del bosque hermoso que escondía un campo de
concentración nazi vigilado por Al Catráz; el cuento del asesino de la cintita
roja y el cuento púrpura. recordé ese que titulé “la flor de Itaj”. y también
el del muerto, que terminaba diciendo “y no se supo si los niños eran los
monstruos o si los monstruos eran los niños” y la corrección fue “no tiene
final”. reconocí en su cuadernito el dibujo del muerto, al lado del comentario
verde del maestro. él agregó
-me
dijeron que la narración no tiene final
me sonreí, le dije que a mí también me habían
dicho eso una vez y entonó su arrogancia infantil y un poquito de sensatez
-sí,
pero yo soy vanguardista, pero no voy a ser famoso
“qué mocoso”, pensé. y mirándolo un poco bobo
y lindo, pensé en envidiarlo un rato. pensé en dedicarle un cuento y envidiarlo
un poco más después. porque él, en menos de 10 años, ya había definido el
sentido de su vida
confiando en el olvido, y en que quizá las
palabras de un desconocido pudieran recordarse después, le dije algo que
alguien me había dicho cuando yo era chiquito:
-si
querés escribir, escribí. total, ningún cuento tiene final
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