desde la
esquina vi la gente en la puerta de mi casa. al llegar, pasé entre ellos, dos
grupos de tres o cuatro personas fumando, conversaban en voz baja, de semblante
serio, en actitud de disimulo o cuidado. me siguieron con miradas graves,
llenas de pena que tuve que comprender después. las puertas estaban abiertas.
entré despacio, esperando encontrar algo que no quería encontrar. en el pasillo
de entrada reconocí a dos hombres del hospital donde trabaja mi papá. hablaban
bajito también. cuando uno de ellos se percató de mi llegada, codeó al otro y
me miraron los dos. el segundo se vio más afectado, apretó los labios e hizo no
lentamente con la cabeza, sin dejar de mirarme. doblé a la derecha y crucé las
puertas que dan al living comedor. había mucha gente, la mayoría desconocidos.
me quedé en la puerta buscando a alguien, cualquiera, tratando de entender lo
que ya era obvio. ahí estaba, mi papá, sentado en el sofá, con la cabeza baja,
entre las manos. uno de sus amigos tenía la mano apoyada en su hombro. hacia la
izquierda, para el lado del comedor, la gente tomaba café y comía sándwiches de
miga y macitas. reconocí a algunos tíos, primos lejanos, otros amigos de la
familia. algunos me miraban y corrían la vista; otros sólo lo hacían de reojo;
otros, los menos, me seguían un poco turbados. mi abuela y su hermana, sentadas
a la mesa, abrazadas por mi hermana. me acerqué y las besé en la frente. al
reconocerme, su llanto se intensificó, con jadeos y lágrimas que salían con
rapidez. la abracé.
-ay, Ale… ay, Ale…-repetía la
abuela.
mi
hermana me señaló la cocina.
-ahí está mamá, porqué no la vas a
ver.
le di un beso
en la frente a ella también y fui a la cocina. abrí la puerta y entré despacio.
a la izquierda, sobre la mesa, estaba el ataúd, abierto. mamá preparaba algo en
la cocina. caminé rodeando el cajón. ahí estaba yo, de traje negro, camisa
blanca y corbata, con los ojos cerrados y una expresión que no se puede decir.
-¡Alito, viniste!- exclamó al verme.
vino a abrazarme, fuerte. tenía los ojos colorados de llanto, y la boca todavía
arqueada, penosa. nos quedamos abrazados largo rato. le palmeé la espalda. nos
separamos cuando entró mi hermana.
-¿viste?- le dijo a Andrea- vino tu
hermano.
-si era el cumpleaños, no venía- le
contestó.
mamá la agarró
del brazo y la trajo contra nosotros. ninguno sabía qué decir. Andrea, al fin,
dijo que hacían falta sándwiches en el comedor. mamá se puso a prepararlos,
todavía apenada. y el otro, callado, en el cajón.
-vení- le dije- vamos a fumar un
pucho afuera.
-yo no sé, mirá, es terrible cómo
lloran.
nos sentamos
en el suelo del patio a fumar. por la ventana mirábamos al comedor; no parecía
que se supieran observados.
-¿y cómo está papá?
-enojado. dice que al menos tendrías
que haber avisado.
-qué gracioso- ironicé- todavía no
entiendo nada.
-parece que fue porque tu novia te
dejó.
-y, la noticia me mató- Andrea se
rió, le salió el humo por la nariz- no, es mentira. no me dejó.
-entonces al otro sí. pero yo no sé.
-sigo sin entender- repetí, y ella
contó:
ayer a la tarde mamá y yo fuimos a Cuenca a hacer algunas compras.
mamá decía que te hacía falta un pantalón y remeras. te quisimos preguntar,
pero hacía unos días que no te veíamos. la abuela dijo que te habías encerrado
en tu pieza. yo no sé. fuimos a hacer las compras, mamá se compró una cartera y
un saquito de lana, y yo unos jeans. después te compramos el pantalón, y
volvimos a casa. cuando llegamos, eso sí fue raro: la abuela estaba caminando
alrededor de la mesa del comedor, y cuando nos vio empezó con ¿y Ale? ¿dónde está Ale?. dejamos las
bolsas en a mesa, no te veíamos por ningún lado. mamá le dijo que estabas
durmiendo, por decirle algo. pero ella seguía ¿y Ale dónde esté? fuimos las dos a buscarte para darte el
pantalón. subimos y te golpeamos la puerta, pero no contestabas. yo le decía
que te dejáramos tranquilo. abajo, la abuela volvió a preguntar por vos. para
mí que algo presentía. volvimos a golpear, pero nada. debe estar durmiendo, le
dije. bueno, ya son las cuatro, dijo mamá y entró. no estabas, pero… a ver… vos
no estabas… estaba tu ropa en y zapatillas en el suelo, estiradas,
prolijamente, marcando tu silueta, como si vos hubieras estado ahí acostado y
de pronto te hubieras desvanecido, ¿entendés? en eso escuchamos que la abuela
grita Graciela, Graciela, acá está.
bajamos y ahí estabas, sentado en el sofá, muerto, como si miraras el
televisor, muerto.
volvimos a la
cocina con mamá que tomaba té.
-¿está lindo afuera?- preguntó y me
abrazó la cintura.
-porqué no te vas a hacer una
siesta.
-ay, no puedo- dijo. ahora parecía
más animada o despabilada- ¿cómo me voy a perder el funeral de mi chiquito?
Andrea se
mordió los labios y negó con la cabeza. mientras me servía té, mamá empezó a
acomodar el pelo del cadáver m cuerpo.
-dejame en paz, má. ya pasó.
-pero qué te cuesta estar
presentable para la ocasión- me acerqué a ella y le quise sacar las manos del
ataúd- mirá. ¿te gusta el pantalón que te compré?
-sí, mamá, es muy lindo.
siguió acomodándole el cuello y la
corbata. y el otro, inmutable, silencioso, idéntico a mí. entonces protesté
otra vez y lo dejó de hacer.
-bueno, bueno, ya está.
la abracé despacio y nos quedamos
mirándome, callados, como si viéramos a un nene crecer.
-¿y vos como estás, viejita?
-y, hay que seguir adelante, hijo.
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