(panacentaura de Marte)











una vez que pudimos escuchar los discos nos sentimos asentados. los huecos de la casita ahora se llenaban de tonos, acordes, compases y silencios y el hambre transcurría con otro color más soportable. a veces cambiábamos un pollo por un vino y bebíamos. a veces bailaba sola, como la mañana en que llegué y estaba a oscuras con un disco de Shubert que saltaba cada quince revoluciones, moviendo los omóplatos al ritmo, agitando las alitas o animándolas a salir. otras veces subíamos el volumen y nos sentábamos en el techo a fumar el extraño tabaco marciano mientras Paganini. aunque con el frío poco tiempo durábamos. por las tardes sonaba el rock más viejo que teníamos. nos gustaba una cosa que no tenía etiqueta. lo compramos sin oírlo, el inglés dijo que no podía faltar. no sabíamos qué era pero ella decía que se trataba de la música del lado oscuro de Marte
en medio de alguna sinfonía, entre tocata y canción, hacíamos el amor. y una tarde estuvimos de acuerdo en que el sexo era más placentero en Marte
-yo creo que es la atmósfera. acá es más fresca, menos densa… como que te deja respirar mejor
no tenía idea de lo que decía, pero estuve de acuerdo de todos modos
cumplido el primer mes del invierno, tuvimos que cambiar un disco de tango por comida y latas de conserva














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