la primera tormenta fue relativamente leve. la nieve subió a unos cuarenta centímetros y el lago más cercano estaba congelado para la gente que gustaba de patinar sobre el hielo. eran pocos. supimos disfrutar esa nevada. los angelitos no se agotaban y a ella siempre se le ocurría cómo adornarlos, cómo darles una mirada, una voluntad de perdón, algo así como un rastro de memoria que la divirtiera.
volvíamos a casa fríos y de narices coloradas, con las manos quemadas. por alguna razón, nunca nos resfriamos
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