la vida invisible en Orestes

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soy adolescencia. tengo los 17 años más largos de Marte. la longevidad me agarra desde la raíz de mis dolores ancestrales, mis anomalías congénitas, y mis angustias de madrugada. cada una de éstas flores del mal es una alegría. miro al cielo: escucho los estallidos que llegan desde el puerto de Sainuro y los relámpagos, y las naves que se fugan. y yo acostado sobre el color rojo de la nada. una mujer se imprimió en mi interior y ella no importa pero yo soy otro. esucho música que evoca guerras y cruzadas y me masturbo porque no amo nada más que mi masturbación y la nombro mientras me toco. veo sus ojosgusanos negros y brillantes y gemas y mis gemidos se acumulan en el cuello, entre la garganta y el abismo. el momento de acabar es el momento de la sinfonía
no. debo bajar de renglón y desdecirme de las últimas palabras y decir "NO". hasta aquí llega mi mano, hasta lo indecible. el resto es gemido. es la cara de ella deformandose en el semen. es su boca convirtiéndose en espalda y yo convirtiéndome en derramamiento y ella, vos, me mirás sin ojos porque están llenos de mi espíritu, y tal vez por eso no me sabés ver en mi estado más íntimo. no te atrevés a dar el paso hacia la última sinceridad


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el dramatismo que se derrocha durante la masturbación es único e incomprensible. tan sólo Beethoven o Schubert son capaces de acercarse a la expresión de semejante fenómeno climático. y a mí me dan ganas de llorar por no poder convertir mis orgasmos en animales voladores








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