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me sonreía desde la barra, con esa boca artificial y sin mirada. no quise responderle hasta que se acercó a mi mesa, se sentó frente a mí
-¿me invitás un trago?
nótese la insolencia que no viene de otra lado sino su vagina. claro que le invité un trago, daiquiri o algo así. luego la vi mirarme y sonreírme. la vi tejer una especie de nada a mi alrededor, un olvido, una promesa de que con ella no habría mundo, no habría vida, no habría nada. ni siquiera mujer
hablaba con voz aguda y estúpida. se pasó a mi lado, pegada a mí, me habló al oído
-soy bailarina, sabés
-no me digas. ¿bailarías para mí?
-no, en serio soy bailarina. bailo en un bar del sur, cerca de La Boca
-te creo
-¿nos vamos juntos, nene?
le contesté con una mirada de duda y cierta altanería, haciéndole saber que su pobre baile no era suficiente. como si no bastase la compañía para hacer desaparecer todo a mi alrededor, agregó:
-podés hacerme lo que quieras y llamarme como quieras. me gusta que me traten muy rudo. quiero un hombre rudo y grosero para mí
me sonreía con la boca casi pegada a mi cuello, frotaba su pierna contra la mía, me tocaba la rodilla, me provocaba con todo el cuerpo. me envolvía en su piel y maquillaje
-vámonos. ¿cuánto me cuesta?
sonrió
-doscientos dólares
-¿dólares? … ¿sabés?- encendí un cigarrillo con aire maduro e interesante- no conozco a una sola mujer que valga más de cincuenta dólares. ¿qué te hace a vos tan especial?
-pero a mí me gusta que seas muy grosero y me traes muy mal- arrastraba las M y las U
me hacía reír. no solo me prometía el hermoso olvido, me ofrecía impunidad
-sí, a mi novia le encanta que la trate así- yo ni novia tenía, pero lo que decía no dejaba de ser cierto- a la mitad de las mujeres latinoamericanas y católicas les encanta que las traten así, y gratis. la otra mitad son nenas y viejitas. te doy cincuenta dólares por el placer mío de pagarte para que me desprecies. ¿está bien?
dejó de tocarme y bebió de mi copa
-está bien
-¿cincuenta dólares?
-sí
escuchándome decir esas estupideces me rebajó el 75% del precio por degradarla
-¿adonde vamos?
-a donde vos quieras, nene
su voz sonaba apagada, seria. ya había empezado. lo poco que le quedaba de feminidad para esa noche se había ido con la aceptación de mi oferta y el último sorbo de vino
-andá al baño, andá a lavarte… tomá, veinticinco dólares adelantados. andá al baño y cuando vuelvas nos vamos a un hotel cerca de acá
agarró los billetes y se levantó sin mirarme. cuando se alejaba, moviendo las caderas como si quisiera provocar un huracán, me pareció oír que me maldecía entre dientes. cuando desapareció en el pasillo de los sanitarios, pagué la bebida y me fui
















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