la vida invisible en Orestes

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después de ella, algo quedó de mi. un espejismo. y muchas formas predeterminadas de la presencia. y prendas de ropa dadas de baja deshonrosa, y las mentiras que le dije porque merecía esas mentiras, porque mi verdad siempre fue más sucia y ella merecía algo mejor. ella se fue y esas medias perdieron su significado. o alimentar al pájaro que alimentaba para que ella me viera alimentarlo, para que viera que además de ser el asesino serial que algunos decían que yo era, también me importaban las criaturas celestiales y lo sigo alimentando porque aún no tiene nombre. ahora que se fue, es mi memoria la que retiene una forma de vida que lograba aliviar el agujero de Orestes. y una tarde, mientras le daba el alpiste, me quité la camisa y sentí un olor humano en mi pecho (en realidad no sentí nada más que frío. pero pensé: se acabó, ella ya no está, no importa. ya no está. el pájaro está y está mi memoria)


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tantas coincidencias. tantos rasgos de vida primitiva y futuro. lo veo en las estrellas, como si mirara la cara de una mujer divina. veo y todo se corresponde. "como es hacia arriba es hacia abajo". me tiro en el suelo muerto del cráter sin nombre, y miro. todas las constelaciones de Marte.
la constelación de la Ojota. la constelación de la Bicicleta. la constelación de Metatrón. la del Paraguas Perdido. la de los Dos Enemigos. la del Juntacadáveres. la constelación de Etcétera. y otras. todas las que llegan a verse desde Orestes, desde el cráter que pronto tendrá nombre, donde mi cuerpo yace (qué palabra "yace", tan dramática, tan literaria y mentirosa, tan poderosa palabra que hace de un cuerpo toda una tragedia) silencioso y semiderrotado/acabado, contemplativo. abierto. tan quieto que el planeta me arrastra hacia cualquier confín. con tal de estar vivo bajo estas decrépitas constelaciones, asumo el exilio que supone vivir en Orestes, lugar del cual te vas si querés: aquí no existe el destierro

















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