jardín con un patíbulo en el fondo

( fragmento )














-yo… ya no me siento tan sincero
no, ninguno lo sentía. pero ya no importaba. y dejó de importar cuando empezamos a vernos las caras e intercambiar lamentos y saludos con los recién llegados. apenas unos cuantos minutos antes. pero se dilataba. el lugar se dilataba entre cigarrillo y café, conforme el silencio trabajaba los ritmos de las conversaciones ajenas y los pensamientos propios. las tazas de café acumuladas y los pies cruzados sobre la mesita ratona y una abundancia de pañuelos y estornudos. pero no importaba, en tanto cumpliéramos el deber con nosotros mismos y quizá no había más deber que el estar ahí, inútilmente, siempre, escuchando, hablando y bebiendo, sin acotar nada demasiado revelador, nada demasiado humando, seguro yo del desarraigo. entonces mi papel era ornamental: ocupar un lugar en ese sofá de tres cuerpos, usar una taza, convidar fuego, no mirar demasiado a quien, aún sincero, creyera que ese omento, esa mañana era importante y remotamente grave o triste. ni siquiera un gesto de consideración o apoyo emocional. nuevamente lo inútil, como la razón que nos reunía
-pero no me puedo ir- continuó Bebop- o no quiero. no sé porqué
a mí, que me daba igual estar ahí o en otro lado, el estómago empezaba a darme vueltas de tabaco y café y clasificaba a los visitantes por sus zapatos o relación con la difunta. lleno de un aburrimiento de hablar más de ella que de otra cosa. dos horas a partir de mi llegada, cuando sólo estaban los parientes que se limitaba a mirar el techo, dos horas de saludar y escuchar que estaba en las últimas creyendo que se salvaba, que no se lo había visto venir entonces… entonces no había más que escuchar, apenas chismes, apenas inertes de comprensión que se sintetizaban en los caminos misteriosos del Señor, la injusticia divina o la ley de la vida de Murphy. dos horas hasta que opté por el silencio, la mentira más sincera o digna, mi último gesto de consideración con un resto de simpatía hacia los familiares que apenas me conocían. a las dos horas empecé a sentirme parte de la escena, hacerme cargo del adorno que cumplía mi presencia, del lugar que me había designado en el sofá, en esa mimetización con el ritmo denso de las llegadas retrasadas y el sol que apenas se movía. convirtiéndome en algo similar a un perchero o una lámpara o un chelo que alguien dejó en ese sofá sin razón y luego olvidó. cumplía mi función precisa, dentro de lo incomprensible y el insólito invisible, la neutralidad de mi cara, la ausencia de movimiento y la pretensión de ceguera que me ayudara a percibir tan sólo el tiempo, ya no el llanto, la conversación, las masitas o el ( … ) de despedida, sino el tiempo. la duración de una mañana perdida. una actuación que me consagraba: mi imitación física de un ataúd vacío e ignorado


















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2 comentarios:

Ignacio Violini dijo...

Hablarte siempre se me hace inoportuno.
Tiempos mas tranquilos vendrán y nos volveremos a sentar de frente o caminaremos de costado.
Por ahora solo te puedo pensar.
Quisiera darte un abrazo.
Nacho.

Ignacio Violini dijo...

Vos también sos puto.