( fragmento )





quizá la negación de una cotidianeidad que me había llevado al extremo del día y los buenos modales hasta que, movido por un instinto más profundo y superior, me dejé ir por las calles ( no tan oscuras, la verdad ) hasta encontrar este bar, ésta cerveza, ésta mujer de la que me hubiera gustado decir también “ parece una diosa afligida “ pero tuve que conformarme con adjudicarle una frivolidad tal que me otorgara el derecho de hacerle lo que yo quisiera. en todo caso tuve que conformarme con la rápida aceptación sin necesidad de un prólogo demasiado extenso. tal vez compartíamos la misma desesperación; según dijo, tenía un rincón de maquillaje y manicura que compartía con otra chica en una boutique de galería. se adjudicaba el título de “ embellecedora “ como si eso fuera noble, dijo tener treinta años y un pequeño departamento en un monoblock de los suburbios. entendí que estaba afligida y lejana a cualquier tipo de estado divino, supe de inmediato que era sucia, no muy sumisa pero complaciente y ningún rincón de su cuerpo estaría prohibido aquella noche. el tipo de mujer que no duda en traicionar, ahora hundida en el aburrimiento. pero yo no sé lo que la pudo haber llevado hasta mí, o a mí hasta ella. soy lo suficientemente sincero como para saber que fue fácil porque ella lo quiso y como aquella noche no me hubiera molestado que fuera difícil o tuviera que pagar, la llené de alcohol y salimos
me hubiese acostado con el Marqué de Sade con tal de que el dolor de cabeza cesara. sin embargo, había una ciudad conspirando en mi contra a través de ésta nueva afligida que paseaba borracha por la calle y estaba sumida en una especie de monólogo interior sobre la responsabilidad de ser madre soltera. por un momento creí que ella era una y quise vomitarle sobre su reloj biológico. la aparté de mí
-¿ tenés una hija de ocho años ?
-no, no, no…
se reía mientras se aferraba a mí para no caer
-tenés un hijo de cinco años- le dije con gravedad
carcajeó incomprensiblemente
-no, no, no…
-tenés un bebé de diez meses y usás esa ropa y el resto está vomitada
-no, idiota. soy una mamá sin un hijo, tampoco un padre…-quiso besarme, no la dejé. seguimos tambaleando como idiotas por la zona vieja de la ciudad, cerca del puerto, esquivando policías, buscando un hotel, por un lado, y un kiosco para comprar preservativos y analgésicos por otro. porque cada vez que me besaba, me agarraba la nalga o se colgaba de mi cuerpo, sentía que mi cabeza descendía hasta el hígado y era presionada por un útero interior y secreto. los parpadeos eran como elipsis que me llevaban al siguiente nivel de la noche. un rincón oscuro bajo el puente. unos arbustos apretados. una playa de estacionamiento. un pasillo rojo. la habitación del hotel Por Fin. las nalgas apretadas de Roxana. la humedad de su pelo. mi sien palpitar. las uñas mugrosas masturbación. vientre. vientre. jadeo vientre ciego. jadeo jadeo jadeo. estoy parado en medio de una lluvia nocturna de motocicletas
-tenés los dedos entumecidos y el cigarrillo entre las piernas
siento una jauría de lobos inflar dirigibles con aullidos
-me estás fumando me estás fumando
se reía, carcajeaba, contorsionada e ida
-tengo un pesebre de vello púbico
me siento caer, por un lado. abrir paraguas, por el otro. cuantos más paraguas abro, más lenta será la caída. si los abro a todos, desperdiciaré un Ícaro

fingí dormir todavía un rato más, el dolor de cabeza persistió como olor a guerra en mi interior, llenándome de mal humor e irritación. escuchaba los pasos de Roxana por la habitación, silbando y tarareando música que yo no conocía pero sospechaba propia de esas mujeres que a veces no usan bombacha y levantan los pies al hacer el amor, como ella. parecía feliz o algo similar, quizá por haber dormido conmigo, aunque no me creo tan maravilloso. quizá el sólo hecho de haber sido cogida la alegraba, como si abrir y levantar los pies de esa manera fuera remotamente alegre. me sentí enfermo, con algo de náuseas, pero no quise mejorar. intenté ignorarla y cerré los ojos con fuerza. estaba dispuesto a hacerme el muerto como un perro con la esperanza de espantarla y que se fuera. pero parecía disfrutar de esa situación que la hacía sentirse mujer y percibirme a mí como hombre. no estaba seguro de qué había sido lo que nos había llevado hasta allí. en mi caso debía ser algo absurdo, como el aburrimiento o el mero gusto por la traición. pero en su caso imaginaba algo peor, algo que provenía de su vagina
me sopló la oreja con ternura. me trajo el café con leche
fingí despertar
-por favor- dije- hacé que desaparezca ésta jaqueca
-si tenés chinches en la cabeza, no hay nada que se pueda hacer. yo también tengo resaca
-no, lo mío no es resaca. es jaqueca. es insoportable
se sentó al lado mío y abrí los ojos. me sonrió. por un momento creí que me llamaría amor
-necesito volver a mi casa
-yo también. pero no me digas que no vale la pena por la noche que pasamos
no le contesté. sabía que, pese a todo, en mi casa me esperaban gritos pegoteados a la pared y una esposa afligida, angustia casi dominical, la cama inmóvil




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