como un simio en la Luna

( una carta sin remitente… )






apenas un zumbido. un relato evaporándose tan propio como la sangre. el viento. las casas desde afuera vacías. la calle vacía desde adentro. cosas como la madrugada las horas un semáforo roto una mujer que sube y luego baja la caminata se juntan entre los dedos de los pies y traen el polvo para la sepultura

me dijeron que te habías ido al mar, y no les creí.
todos dijeron que ya no te veían y no volverías. recuerdo que pensé que todas las cosas estaban hechas para el engaño. mirame. yo viví a tu lado la vida más breve el cuerpo más extenso. absorbí de vos palabras como amor y felicidad y las convertimos en la maldición justa del deseo, y el extrañamiento ante aquellos que se conformaban con amar, y creían tener algo. pero no tan ingenuos como para pensar que algo así, entre dos personas ( porque sólo éramos dos personas ) podía durar algo. jugamos a lo que teníamos que jugar, como adultos irresponsables y olvidamos la vida, salvo esa brevedad y esa longitud. así te vi sonreír como mujer. todas las equivocaciones, todos los fracasos partieron de esa imperfección entre dos personas que no se tenían que encontrar y fueron paradoja. de tal modo sabíamos que nada importaba porque habíamos empezado por el accidente, por el lado del error y la desesperanza y en ello la libertad de obrar exentos de consecuencias y darnos permiso para estar locos y desnudarnos sin dolor y sin nadie. teníamos que olvidar todas las angustias hasta el punto de romper nuestra identidad, si era necesario. por eso te dejé en Necochea, el último lugar donde te toqué. te dejé inventando nombres como Alexis o Mauro, inventándote una vida que en algún lugar era la mía y estaba pronto a vivirla otra vez, como persona, como nene responsable y obediente, como veterano de guerra
todos los años después, el mundo dijo que te habías ido, que estabas en el desierto o el mar o la Antártida. en cualquier caso, en cualquier lado, donde yo no te pudiera encontrar. y que valga la pena, de esta carta en una botella tirada al mar. esta parodia de carta inhabitable. esta reminiscencia de la nada. debe ser nada, comprendés. tan lejos como puedas estar de mí es el único éxito de ésta relación impar. ( … ni firma )












y sólo así podía yo sobrevivir, sin que me diera cuenta, como un chimpancé en la Luna, o en la oficina. da igual. lo importante era el tiempo, todo el tiempo presente, como un recordatorio o una cuenta regresiva para el despegue, sólo que antes del cero había siempre un número más, siempre un número más que me separaba de lo que para mí era lo inevitable y evitaba todo el tiempo. o esperaba que sucediera por sí sólo. verme de repente adentro de una catástrofe de Girondo o confiar en la fraternidad y desesperación de algún maquinista que decidiera acelerar cuando debiera frenar. cosas que no suceden porque... porque es inexplicable el sentimiento de perdición. y el maquinista ( lo nombré porque existe, tienen un nombre, un cuit, un bar dónde reunirse ), en vez de cerrar los ojos como si estuviera en la Alemania del año cero y acelerar, aunque más no fuera por amor a mí, se queda perplejo y sin comprender, alimentando a la familia por cinco pesos o repartiendo esos cinco pesos entre la pensión con almuerzo y la puta del primer jueves de mes. está bien, no me quejo. hablo más por aburrimiento que por maquinista. o hablo por veterano de guerras tan silenciosas y anónimas homónimas heterónimas. está bien, no me quejo. me doy la chance de tomar un café a la media mañana y desfrutar viendo el humito y esperar que el jefe me mande a buscar algo tan lejos como pueda, del otro lado de General Paz, donde nadie me conoce y caminando bajo el sol me siento obrero chaqueño sin pasado más que el sol. y fumo. porque en ese momento no me queda más remedio que ser libre en la contradicción de serlo en medio de la jornada laboral y la puta que lo re mil parió.
sólo así vale la vida estando lejos de Necochea. pero tan cerca del acantilado capaz que una tarde me retracto de la destrucción y voy a buscar a Solange al mar, donde la supongo muerta abajo del fondo, atada a un piano. en silencio. porque, para gracia de todos, Solange no creía ni confiaba en las palabras. como aquella vez en que me dijo " hablar con vos es como tirarse un pedo mientras hacés el amor " y por cosas así yo estaba ( estoy ) convencido de que hacer el amor con ella es como pedalear en el aire y conocerla es de esas experiencias que querés olvidar sin culpar porque, por más de que no la hayas tocado nunca, sabés que esa locura es lo más cerca que podés estar de la felicidad. y a la vez, ese pedo coloquial, ese pedalear en el aire, esa forma de hablar sin sentido más que el de hablar con palabras que no sean palabras sino ruido. esa experiencia provoca un olvido tan maravilloso. valía tanto, en aquella época, abandonar a un hijo por una noche con ella, en el hotel o el acantilado. y juro que si lo hubiese tenido, ese hijo me hubiera entendido, deseoso, él también, de verla desnuda, un instante, para, al menos, disfrutarla solo, en la ducha.
Necochea ( y todo el viaje por la costa ) fue un manicomio ( y si hablo de esto es porque no tengo futuro y las palabras son inútiles ). recordar la locura es ser conciente de algo que había sido invisible hasta que le di la espalda. está bien, no me quejo. hoy paso al menos una hora por semana en el banco y dos o tres o cuatro en la plaza. no la busco en Buenos Aires, como un adolescente que no entiende de distancias y tiempos porque cree en eso que según dijeron se llama corazón , porque sería peor que llorar. tampoco la necesito, porque no me importa la felicidad ( que con ella no vale nada ) ni me da miedo la soledad ( que con ella es todo ). y si me emborracho de vez en cuando es porque no le pago a una mujer sin nombre para que me cumpla la fantasía y en el medio eyaculo en un preservativo dentro de su boca, porque no me gusta negar a la mujer en una mujer.
pero soy feliz. porque puedo decir cuantos peros quiera. y porque hubo un tiempo endemoniado en que lo perdí todo, como un Dostoievski enamorado del doblecero, y salté el acantilado agarrado de su mano. y te juro que no la estaba mirando a ella.