ginger ginger ey ginger


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-me siento miserable… y hablo con vos porque no tengo a nadie más para hablar y a vos no te importa nada y yo esta noche me importo a mí y no tengo con quien compartirme

aunque quería matarla, pensé que era mejor no hacerlo. pensé en tantas idioteces cristianas que sentí asco de mí mismo, de Ginger, de su papá y la abracé. como 15 minutos antes me había dicho
-el médico me tocó las tetas… pero no como médico, como pajero. sabés, eso no me molestó tanto como mi papá, que cuando le dije, me contestó “deben ser cosas tuyas”
ahora se sentía triste y desprotegida, y sucia, porque de todos modos sabía que al médico fuera del contexto de ese consultorio, le hubiera dejado tocarle las tetas o las piernas o las nalgas o la boca. a mí me gustaba porque tenía los labios y las uñas rojas y odiaba a su papá y se odiaba a sí misma y sentía cierta indiferencia hacia mí, y eso la aislaba tanto que recibió mi abrazo como si fuera una aceituna. 35 minutos después, en mi mente había un mamarracho de birome negra sobre hoja lisa, era la imagen del sexo, de Ginger y yo haciendo el amor al lado de su cama, pero no en su cama, como marionetas de Kusturica. después le chupé los dedos, vi hilitos de baba entre sus labios esfumados y los míos manchados de ella, sentí el olor de su lujuria, me sentí médico fuera de contexto, donde se me permitía ser médico pero no pajero y la toqué con manos ocultas, le hice doler un poquito para besarla después, con labios tan tiernos, con tanta ternura, con una forma exquisita en mi boca de labios delineados naturalmente, besarla así y sanarle ese pequeño dolor y que sintiera un alivio lejano, superficial, tan lejos del otro dolor arcano y pollerudo











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