jardín con un patíbulo en el fondo

( fragmento )












encontré una calle arbolada, de tumbas altas, la mayoría en ese mármol negro casi espejado. yo ya estaba a decenas de kilómetros de ahí pero más cerca del cigarrillo que colgaba de mis dedos y mi boca. miraba que con el viento se movían los árboles, las hojas caídas, las plantas, mi pelo, mi ropa, pero no las tumbas. imaginé tumbas en el interior de los árboles y el sol me pesaba un poquito. quizá, si imaginaba tumbas así era porque yo aún seguía con esa sensación hueca en la cabeza. esa resonancia de chelo. los ojos de la chica rubia eran de un color avellana opaco pero espejados a la vez, vidriosos, drogados desde adentro. me alejaba un poco más pensando en esos ojos. pensando en que hacía semanas que yo arrastraba sueños de cocaína y ojos azules mirando la mar. no sé cuánto caminé, pero ya no vi a nadie cerca y doblé varias veces por calles similares, alejándome siempre de los muros y otros bordes, de las capillas o crematorios u oficinas, adentrándome quizá buscando la sensación de un centro en ese lugar que por definición no lo tenía. caminar. caminar. caminar. caminar y un nene que no había visto hasta ese momento, que venía acercándose despacio. durante un tiempo pude ignorarlo.

luego, el nene dijo:

-amigo… ¿ tiene una moneda para darme ?

sin comprender la idiotez que me tocaba la garganta, sin llegar a sonreír tampoco, pero sintiendo en las comisuras esa tensión, la aparición del nene me causó gracia. quizá porque en su ropa oscura, elegante y rotosa ( llevaba pantalón de vestir, zapatos de suela descocida, una camisa marrón que le quedaba grande y un saco que le quedaba chico ), tenía apariencia de enano de jardín. no tenía más de 10 años, rapado, serio, imaginé que venía caminando desde el otro lado del país.

-claro, amigo…

saqué algunas monedas y le di. ahí vi que cerca suyo había una nena, de vestidito floreado y una campera marrón encima. no tenía más de 8 años. viéndolos así, parecían una pareja de yonquis de los años ’50s. la nena tenía algo bajo el brazo, no distinguí pero sentí que era una muñeca de trapo. la nena me pidió que le convidara un poco de la bebida que llevaba en la mano. se la di

-gracias…

me extendió la botella para devolvérmela, pero le sonreí, le dije que se la quedara. entonces me miró y tuve la sensación de que era de algún pueblo rural o algo similar. dijo gracias como al pasar y yo seguí caminando. atrás del ruido del viento y las avenidas de lejos, escuchaba que se decían algo entre ellos, escuchaba los ruidos de sus zapatos contra el pavimento. también un paquete de plástico o bolsa. galletitas, según vi después, que comían mientras bebían y caminaban bastante cerca de mí. de vez en cuando giraba un poco la cabeza para ver qué hacían. en ese momento, el nene señalaba a un perro grandote que corría por ahí. se murmuraban entre ellos. los dos igual de marrones, igual de sucias las caras o las manos y el perro ladraba y la nena se impresionaba un poco

-tranquila- le dije- miralo cómo salta… está jugando

la nena me miró con desconfianza. yo miré al perro que abría la boca como si desenfundara garras. sin embargo, no parecía ladrarle a nada en particular. y cuando pasamos enfrente suyo, no se movió… pronto lo dejamos atrás

-le diste miedo vos- se reía el nene

-¿ vos la protegés?

-sí

ella sonrió para él pero mirándome a mí

-y usted… -empezó ella- ¿ viene a ver a su esposa muerta ?

-shhh, no se hacen esas preguntas, che

me sonreí apenas, otra vez. y le contesté mirando hacia las esquinas, buscando las paredes del cementerio para evitarlas

-no, tanto no. hoy quemaban a alguien

-cremaban, ¿ no ?

-sí- miré hacia delante: se veía que las tumbas grandes terminaban, se extendía como un jardín lleno de cruces y lápidas en el suelo. nada de paredes cerca. cremaban. ella tenía razón y yo estaba equivocado. y no podía ser de otra forma

-¿ y ustedes ?

-nosotros… pasamos la noche del otro lado, ¿ ve ?

señaló algún lugar atrás de la arboleda espesa por la que caminábamos, más allá de la pequeña iglesia de la que yo venía, quizá algún lugar afuera del cementerio

-¿ pasaron la noche en la calle ?

-sí… tuvimos que viajar mucho- decía la nena- toda la noche, y vimos un viejo que se duchaba en la estación del tren

-¿ y no les da miedo andar así de noche ?

-… total, yo ya estoy muerta…

y no dijo muerta como lo dicen los chicos que se tiran al piso luego de recibir un balazo de juguete. tampoco lo dijo como la poeta que entrecierra los ojos al horizonte y se desploma con un gesto. evidentemente para ella la muerte no era ni la quietud, ni la de boca entreabierta.

-¿ por eso viniste acá ? ¿ cómo moriste ?

-sí, me mató mi novio que es más grande que vos. mi novio tiene una pija de dieciséis metros, cuando me cogió me atravesó y me morí- hablaba con gesto indiferente, mirando hacia otro lado, como si ella no estuviera ahí

-si, la debe tener más grande que vos- se burló el chico. le sonreí, le hice una cara chistosa de lamento por la verdad que había dicho, le dije a la nena que no le convenía seguir con ese chico. y me contestó que su novio ya se había ido y la había abandonado con una hija que alimentar. el muchachito se reía

me senté en el umbral de la tumba de Ricardo Ruiz Scopel, y los chicos se sentaron en el cordón de la vereda. saqué un cigarrillo y luego sentí que fumaba en medio de dos silencios

-¿ y vos, no te da miedo de noche, por la ciudad ?

negó con un movimiento rotundo, caprichoso de la cabecita rapada. la otra lo miraba sonriente, quizá reconociendo su valentía.

-a mí me gusta más de noche, además porque voy solo a veces y nadie me hace nada

lo sentí tan arrogante que mi actitud de adulto ( arrogancia, también, ante la infancia ) perdió todo el sentido. me senté un escalón más abajo y lo miré con la seriedad que yo mismo sentía

-te gusta más de noche

-sí… de día es feo, de día es más peligroso me parece, de día te re miran y está la cana dando vueltas o te dejan menos entrar en los restaurantes, de día trabajo yo… a la noche yo soy otro

comía sus galletitas, miraba hacia las cruces que teníamos a unos cuantos metros a la izquierda, mezcladas con lápidas y flores

-¿ sos otro, sos otra persona ?

-no, soy yo… porque de día soy una nene de la calle, pero a la noche soy un nene en la noche

y agregó:

-… y escribo historias

miré a la nena, que asentía con la cabeza, sonriente, orgullosa, mientras comía las galletitas y se sacaba de la cara unos mechones enmarañados

-¿ puedo leer lo que escribís ?

-no, porque además no lo traje y no entenderías nada

sin duda llevaba sus historias como pequeños estandartes a la vez secretos. en un momento noté que los dos me miraban fumar mientras yo había vuelto a pensar en la rubiecita del funeral. me provocaron esa sonrisa que sale cuando uno intenta permanecer serio. ellos sonrieron también. encendí otro cigarro. miré muy arriba el calor que bajaba con muchos pájaros a comer las migas

-¿ y por qué vinieron acá, a esta hora ?

-no sé…- contestó él

ella dijo:

-acá es más tranquilo

-¿ viven cerca de acá ?

-no- contestó la nena

-vivimos en Málaquiville. nos tomamos el tren…

dejar de sonreírles con esa simpatía idiota de “la gente grande”, hablarles con mi sinceridad merecida, tratarlos de igual a igual… el distinto ahí era yo, naturalmente. y aunque los tratara como a adultos ( pero ahí, adultos no había ), nunca sería de igual a igual. no podía estar con ellos, apenas entre ellos, saciar esa curiosidad e interés que me despertaban como si mirara estatuas de Artaud o una interpretación actoral en la clave de la verdad, cualquier idiotez digna de mí en ese momento. me dije que el sol empezaba a molestar, y lo dije en voz alta. me dije que la rubiecita estaría esperándome o buscándome. me dije que la comida, que el trabajo, que los demás, me dije cualquier cosa para irme, dejarles unos cuantos pesos e irme. decirles chau como si me interesasen menos de lo que en realidad me interesaban. el chico, Lipio, me pidió un cigarrillo























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