( postal de los enfermos )







Santiago de Chuco- Casa de César Vallejo-

Enero del 2001

Los mineros fueron los primeros en subir, después las ovejas y un burro que se creía perro. Mucho después subió el corazón, la montaña amputada de nubes y el llanto. Esa pena que no es triste y sin embargo se hace ruido de agua, cicatriz abierta a golpe de ver lo que antes era sólo un punto rojo en el mapa, en el latido que tenía el nombre: “César, César Vallejo”.

Tres de la mañana en la Plaza Mayor, diagonales con nombres de libros, veredas con pozos y el olor de la mañana que recién amanecía.

Mónica

Quizás un sendero, pero imperceptible, algo que encierra demasiados recuerdos como para llenarlo de piedras, pozos o una botellita de agua que dejaste caer sin darte cuenta. Pero el sendero está, trazando la vena de la montaña (vos eras sangre). No quiero decir que la montaña no, que la amputada por las nubes eras vos, tan injusto sería de mi parte mezclarte con la espesura del cielo que ahora se mezcla con los violines (que me amputan). Puedo imaginarte subiendo a paso tranquilo, que te habías rendido al destino de más arriba, entre las ovejas y el corazón tan abierto a algo que hoy no soy capaz de comprender, que desconozco desde mi pieza y ésta máquina que no capta la emoción y la incertidumbre, que nunca expresará tu caminar tranquilo, una armonía que se unía a ese cielo que había dejado de serlo. El cielo, casi acompañando una tristeza que no es pena, que no puedo ver porque sólo te imagino de espaldas a mí, que soy el mundo. ¿Cuántas cosas olvidaste? No, otra vez estoy siendo injusto, vos no olvidás. ¿Cuántas cosas sacrificaste, a cuántos le diste la espalda? Tantas ciudades perdidas en tus huellas, tantas ciudades detrás del horizonte de tu mirada, al menos el primero que vi en ese bar, ese conocer paisajes que ahora caminás.

Claro que tenés paisajes en los ojos, algo así como un océano. Y tal vez estás ahí, y la herida se abre de nuevo (vos la abrís, con tanta justicia). Pero hoy, acá en mi piecita, frente a la máquina, frente al sendero y tus huellas, presumo que había una sonrisa que hizo o no caso de esa abertura, y la lágrima fue algo más, otra cosa, eso que sabíamos en secreto. Que Dios estaba enfermo cuando él nació, que había muerto tanto tiempo antes, que ese tiempo es una sonrisa abierta, o una herida sonriente, que ahora los enfermos somos nosotros y nuestros paisajes amputados en el trazo de una vena, de un sendero, de una noche que recién amanece.

Mélan



















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